Cada día tengo más clara la percepción de que los políticos viven en otra dimensión así que no se dan cuenta en absoluto de lo que sucede a su alrededor. Están ciegos al mundo y sólo se centran en salir airosos de las disputas que tienen en el seno de su organización y, por supuesto, en ganar la batalla contra los demás partidos. Muchas veces sus afirmaciones son más propias de una conversación de café o de peluquería, que de lo que esperarías de aquel que te representanta. No obstante, yo he llegado a esta conclusión porque cada vez son más los políticos que llegan a mi consulta.

Llegan destrozados internamente. Tienen miedo porque se sienten atrapados por un sistema que ellos mismos han contribuido a crear y ahora no saben cómo escapar de él. También veo políticos muy válidos –los menos, de momento– que abandonan sus partidos porque ya no se sienten cómodos dentro de este escaparate perverso así que, en poco tiempo, dentro de los partidos sólo acabaran quedándose los profesionales mediocres o bien aquellos que no sabrían cómo ganarse el pan fuera de la política. Y de momento, ahora que más que nunca las personas necesitan mensajes de futuro y de esperanza, todavía sólo nos llegan declaraciones vacías y contradeclaraciones.

Pero ¿qué pasaría si volviésemos a la política originaria i en cada barrio o pueble se hiciese una asamblea en la que los vecinos aportasen soluciones a los problemas de su entorno? Tengo la suerte de vivir en Alella (Maresme), una población donde buena parte de la población de mujeres trabaja. A la salida de las escuelas, veo como las canguros van a recoger a los niños para llevarlos a casa así que me llevo las manos a la cabeza sólo de pensar el gasto mensual que puede suponer esto para las familias. Pero todavía me duele más ver los locales vacíos, y los parques sin niños que sólo están llenos de abuelos deprimidos y solitarios, tanto si hace calor como si hace frío.

Pienso que los niños deberían ir al parque cuando hace buen tiempo. Así podrían jugar juntos, que es lo que deberían hacer a su edad; los niños acaban aislándose solos en casa. Y cuando que empieza el frío, se podría habilitar algún local para este menester, la biblioteca, un “casal”, así también podrían seguir jugando en otoño e invierno. Los jubilados, por su parte, podrían implicarse en la tarea de cuidar y dinamizar el juego de los niños a cambio de una pequeña propina; ocuparse de un pequeño grupo, crear actividades para ellos, jugar con ellos. A unos y otros, esta dinámica social les cambiaría el estado de ánimo. Los estudiantes jóvenes a su vez, podrían ajudar a otros alumnos más jóvenes a cambio de un pequeño incentivo, etc.

Pero éste es sólo es un pequeño ejemplo para solucionar el problema de una población determinada. Si en cada pueblo o barrio hubiese una asamblea para aportar soluciones, todo funcionaria distinto. ¿No era éste el estilo de la política al principio? Si todos sumásemos, encontraríamos muchas otras soluciones. Esa asamblea no sería un espacio donde sólo quejarse, los ciudadanos estamos hartos de sólo ver cómo se “hace oposición”. La fuerza de la participación ciudadana haría posible que las personas tomasen conciencia de su propio poder para cambiar las cosas y harían llegar su voluntad a los políticos, precisamente al contrario de cómo está sucediendo ahora.

Afortunadamente cada vez vemos más movilizaciones y movimiento ciudadano en esta dirección que nos ayudan a darnos cuenta de que no estamos solos y que obliga a los políticos todavía muy alejados, a acercar a los problemas de la gente.

Griselda Vidiella
Photo: GREEKS PROTEST AUSTERITY CUTS by PIAZZA del POPOLO on Flickr under Attribution License 4

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