La eclosión de las redes sociales ha hecho subir todavía un peldaño más a un fenómeno que, no nos engañemos, siempre ha existido: el acoso escolar. Quizás ahora es más conocido a través del término anglosajón bullying pero nos referirnos a algo conocido (o practicado, o sufrido) por todos/as: los maltratos psicológicos, verbales o físicos producidos entre escolares de forma reiterada durante largo tiempo.

Las consecuencias del bullying, por supuesto, se dan en el colegio y en sus entornos, pero las causas siempre se originan en casa. ¿Te parece que he confundido causas con consecuencias? Pues no es así. Cuando una criatura se siente feliz necesita compartirlo con los demás y crea buenas relaciones. Lo grave, aquí está la verdadera raíz del problema, es que no siempre se da esta situación. Es antes del bullying que el niño no se siente feliz y no, como se cree, al revés.

Hay casos de familias desestructuradas, disfuncionales o, simplemente, en las que se da un mala relación entre padres. En cualquiera de estos escenarios, los hijos no pueden intervenir y la carga de todo ese dolor y frustración se la llevan al colegio, como si de una maleta se tratara. Además, ahora más que en ningún otro momento de nuestra historia reciente, los problemas económicos provocan tensión constante en el seno de la familia y los hijos/as acaban oyendo aquello de “Tú no te metas. Ya verás la que te espera cuando seas mayor” con lo que se consigue generar en el/la niño/a todavía, si cabe, más frustración, incertidumbre y temor. Se agrava, entonces, la creencia aquella de que “los niños molestan”. Padres que llegan a casa cansados y no pueden lidiar con la flexibilidad y paciencia que de los adultos demandan los niños, así que lo único que desean es que los hijos se acuesten pronto o que no les agobien.

De un modo u otro, todas nefastas estrategias de relación y comunicación de los adultos para con los/las hijos/as, provoca que éstos se encierren en la habitación para jugar con consolas, conectarse a Internet, etc… Se encierran. Y no hay que olvidar que hay hogares en los que la violencia (real o encubierta) es realidad cotidiana para los hijos. Así que al final, todas estas circunstancias son un excelente caldo de cultivo para el bullying. Y la falta de cariño no tardará en pasar factura.

Y el proceso siempre sigue el mismo camino, los niños/as no disponen todavía de suficientes herramientas como para soportar, procesar y librarse del dolor que les provoca la falta de atención por parte de sus padres así que empiezan a generar bloqueos energéticos que al final tienen un efecto en la baja autoestima. Si nadie me quiere, debe de ser porque no valgo nada, se dicen ellos/as mismos/as. Y a partir de ese momento generan corazas para relacionarse con los demás.

En lo tocante al acoso escolar, nos encontramos con dos situaciones distintas, con dos tipos de corazas: la de soy agresivo/a, y la de perfil bajo, paso desapercibido/a. Y a partir de su aparición en el sistema de relaciones de la clase, los polos opuestos se atraen y ambos actores, con sus nuevos roles corazas, empiezan a desarrollar una pauta de relación basada en el esquema de víctimas y verdugos mientras, a su alrededor, aparece un tercer rol, el del observador protegido, el que ve, consiente y nunca hace nada, porque se siente seguro cuando sigue al rol agresor. Y en ese punto, cuando estos nuevos roles basados en corazas, ya están perfectamente incorporados dentro del esquema social de la clase, el binomio víctima/verdugo se manifiesta de muchas formas de distintas: maltrato físico, maltrato psicológico, amenazas… Incluso se dan casos de extorsión y la víctima se ve obligada a ofrecer dinero cada día porque teme por su seguridad. En este tipo de situaciones, la víctima se siente todavía peor porque, además de todo el problema que hay en casa, y de cómo se siente el/ella mismo/a, también se ve obligado/a a robar a sus padres sin que se enteren. El/la líder agresivo/a suele ser listo/a y se las ingenian para que los maestros no se percaten de nada; los padres del intimidado, por otro lado, tampoco suelen darse cuenta de nada hasta pasado mucho tiempo, en el momento que la crisis de angustia y ansiedad es evidente o bien cuando ha habido una agresión física importante.

Cómo detectar el acoso escolar

Tanto verdugos como víctimas son fácilmente detectables. Por un lado, los tiranos son agresivos y destacan por su chulería en el comportamiento. Acostumbran a responder de mala manera a los maestros y suelen plantarles cara. Son, además, obsesivos y nunca están solos; necesitan a su clan muy cerca. Con la necesaria atención, estos tiranos pueden desarrollarse como personas decididas, competitivas y muy buenos deportistas no obstante cuando no se actúa a tiempo, acabarán juntándose con un tirano todavía peor que ellos y son carne de cañón para caer en las drogas. A las que llegarán como una forma para evadirse de la soledad que no soportan.

Las víctimas, por el otro, siempre parecen asustados/as. Su cara así lo suele demostrar ya que difícilmente aguantan la mirada. Se aíslan, no juegan con sus compañeros y, por poner un último ejemplo, a pesar de saber la respuesta, en clase nunca levantan la mano, se esconden porque no desean ser vistos. Cuando la situación se mantiene durante mucho tiempo, es fácil que además desarrollen bloqueos cerebrales y, en consecuencia, tengan problemas de concentración con todas las consecuencias que ello conlleva. Las victimas, en condiciones normales, serían personas seguras con gran sensibilidad y aptitudes creativas. Buenos/as investigadores/as. En su caso, si no se detecta en el momento preciso, acabarán escondiéndose definitivamente del mundo a través de trastornos mentales y emocionales graves.

Qué pueden hacer los educadores

A partir de los perfiles descritos, los maestros y educadores deben anticiparse al problema potencial y hacer un seguimiento o intervención cuando sea necesario. Deben avisar al psicólogo del colegio e investigar si hay algún tipo de problema o disfunción familiar en el entorno de los alumnos.

A los tiranos es fácil detectarlos debido a su conducta pero con las víctimas, la mejor estrategia es preguntar directamente y a solas si están sufriendo algún tipo de acoso. Cuando este sea el caso, el niño pondrá aún más cara de asustado y habrá que tranquilizarlo puesto que su mayor temor es que el agresor vaya a por él/ella porque sospeche que se ha chivado. Si al formularle la pregunta, el/la alumno/a pone cara de póquer podremos estar tranquilos porque afortunadamente no estará ocurriendo nada.

Qué pueden hacer los padres

Tanto en el caso del rol de verdugo como en el caso de rol de víctima, los padres entender que es necesario prestar a los hijos/as la atención que se merecen dentro del seno familiar, y dedicarles las horas que precisan. Nunca hay que descartar, además, la posibilidad de un cambio de escuela y, por puesto, habrá que someterlos a terapia para ayudarlos a eliminar los bloqueos de raíz que han acabado convirtiéndose en su coraza.

En el caso particular de las víctimas, es probable que además de bloqueo afectivo, hayan desarrollado trastornos que afecten la atención, la calidad del sueño y que tengan bloqueos en su comunicación íntima y social. Quizás se sientan cansados permanentemente y/o sin ilusiones. Los agresores, por su parte, seguramente tendrán pensamientos obsesivos y les resultará extremadamente difícil expresar aquello que sienten.

Griselda Vidiella
Photo: Untitled by thejbird on Flickr under Attribution License 4

Un comentario en “Acoso Escolar: víctimas y verdugos

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